Tullimonstrum gregarium. Ilustración: Sean McMahon/Yale University.

Tullimonstrum gregarium. Ilustración: Sean McMahon/Yale University.

En Paleontología, como en otras ciencias, hay una categoría en la que se colocan los fósiles para los cuales no es posible encontrar la clasificación filogenética para el animal que lo generó o, simplemente, no se llega todavía a un consenso: problemática.

El monstruo de Tully o Tullimonstrum gregarium fue descubierto por primera vez por un paleontólogo amateur en lo que hoy es Illinois hace unas 6 décadas y pertenece a esa misteriosa categoría paleontológica de problemática. Ha estado intrigando a los expertos todo este tiempo.

Vivió bajo el agua hace 300 millones de años durante el Carbonífero y se han descubierto miles de fósiles pertenecientes a esta especie en Illinois (fue declarado fósil oficial del estado en 1989), pero ninguno en el resto del mundo.

Se trata de una criatura marina de cuerpo blando de unos 15 cm de largo que poseía ojos similares a los de los caracoles, una parte trasera parecida a la de un calamar y una boca en forma de pinza con dientes al final de un tentáculo que se proyecta por delante de lo que parece ser su cabeza. Con ese aspecto no es fácil clasificarlo y se entiende que se le apodara con el sobrenombre de monstruo de Tully.

En un principio se propuso que sería una animal de cuerpo blando, es decir de un invertebrado. Pero en 2016 un estudio, en el que se analizaban unos 1200 fósiles, concluyó que se trataría de un vertebrado, de un animal emparentado con las actuales lampreas.

Según ese estudio T. gregarium tenía branquias y una columna vertebral flexible de cartílago similar a una notocorda. Se propulsaría en el agua mediante la ondulación de las aletas musculadas de la cola y no nadaría como lo hacen las serpientes, anguilas o lampreas modernas. Es decir, se propulsaría como una sepia.

Incluso más recientemente parece que se confirmaba esta clasificación dentro del árbol filogenético animal. Pero el último estudio sobre este animal parece ser que arroja un jarro de agua fría sobre el asunto y niega esta clasificación como vertebrado.

En este caso se han centrado en un detalle del fósil y no en su anatomía para negar su categoría de vertebrado. Se han fijado en concreto en los ojos y sus melanosomas, que son las estructuras que contienen los pigmentos fotosensibles en los ojos. Normalmente están asociados a cobre y zinc que hacen las veces de antióxidantes. Se creía que estas estructuras sólo estaban en los vertebrados y no en otros animales. Y así se asumía cuando se publicó el artículo de 2016.

Pero los análisis recientes de invertebrados modernos como el pulpo (Octopus vulgaris) o el calamar (Loligo vulgaris) han revelado que esas estructuras también se encuentran en ellos, luego no son exclusivas de los vertebrados y, por tanto, no se pueden usar para clasificar como vertebrado a un animal.

Encima, los melanosomas de los ojos de los invertebrados parece que están asociados a metales diferentes al de los ojos de los vertebrados. Mientras que en vertebrados los ojos tienen melanosomas con altas concentraciones se zinc en comparación con los ojos de los invertebrados, cuando se mira el cobre la situación se invierte.

Los melanosomas fósiles de los ojos de T. gregarium contienen poco zinc y mucho más cobre que zinc. Por tanto, según este criterio, el monstruo sería un invertebrado.

Quizás lo más interesante no es haber develado que esta criatura no es un vertebrado, sino que este tipo de técnica se podría usar para otros casos de fósiles en los que la clasificación es complicada.

Lamentablemente los ojos de estas criaturas no nos pueden mostrar lo que veían hace 300 millones de años. Seguro que era muy interesante.

Referencias